Cartografías
Hace 5 años
¿Recuerdas esa sensación de pasar mañana y tarde mirando de reojo el teléfono, esperando impaciente el momento en que se ilumine la pantalla? ¿No es una de las cosas más bonitas que existen? Y resulta que yo, en estos momentos, cada vez lo hago menos, aunque en el fondo esté deseando volver a las andadas.
Sé que pasas por aquí, aunque nunca digas nada, aunque casi parezcas invisible, sobre todo ahora, cuando hace tantos meses que has dejado de tener importancia. Supongo que, finalmente, se ha impuesto esa especie de tácita solidaridad femenina y eso, se mire por donde se mire, es bueno. Lo siento por ti, igual que lo sentí por mí en su día. Pero el tiempo se esfuma, y lo que ayer era un mundo, hoy es casi nada. Esa es una de las maravillas de la vida. "Porque, a veces, las cosas cambian. Ya sé que parece imposible, que es increíble pero, a veces, pasa". Nunca te vi como una enemiga. Suerte.
Debo reconocer que lo que más miedo me da de todo esto que llaman vida es el día de mañana. Ese futuro incierto para todos, que para algunos no existe y para otros no cuenta, con esa nota irremediable que trae aparejada, que puede ir bien, mal o regular, y nosotros sin tener ni idea, tomando decisiones sin saber lo que depararán y moviéndonos de un lado para otro por pura inercia o, en mi caso, ausencia de intuición.
Posiblememte yo habré hecho muchas cosas mal a lo largo del tiempo, pero lo que nunca me he permitido a mí misma ha sido engañar a alguien, hacerle creer cosas que no son, ni disfrazar la realidad en provecho propio. Muchas veces olvidamos que el de enfrente también tiene ilusiones, proyectos y esperanzas. No se puede jugar con lo que alguien espera, ni inducirle a la equivocación más absoluta.
Qué bien se siente una después de haber dormido toda la noche de un tirón. Estaba cansada, es cierto, pero yo misma constituyo la prueba fehaciente de que el cansancio no siempre va unido a un sueño reparador. El caso es que hoy me noto llena de energía de la cabeza a los pies, con ganas de moverme y hacer cosas. Me encantan los días que amenecen así, como este martes de vacaciones en pleno otoño.
Salgo a dar un paseo durante la tarde y sin apenas darme cuenta transcurren dos horas caminando sin parar, a paso ligero, de un lado para otro, sin saber muy bien hacia dónde ir, ni dónde detenerme. Hace calor aunque estemos a mediados de noviembre y es curiosa la sensación de ver cómo anochece, cómo se va encendiendo la luz de las farolas y que sin embargo no haga frío, aunque yo vaya con cazadora y botines, que para eso estamos en otoño. Llego a casa cansada y me doy una ducha caliente. Me espera una noche relajada.
Permanezco en un stand by sentimental que ya dura más de tres meses. Lo pienso y realmente no me apetece salir con nadie ni conocer a nadie, no sé si por comodidad, vagancia o simple ausencia de ganas. Estuve durante seis meses viviendo una situación muy bonita y ahora, de momento, no quiero repetir. Supongo que cuando no se puede igualar algo, sólo queda permanecer por debajo y eso en estos momentos no me motiva en absoluto. Definitivamente, no sé bajar el listón.
Urge traer a la mente pensamientos positivos. Mañana es lunes, de acuerdo. Pero el próximo viernes me quedo de vacaciones y eso, se mire por donde se mire, es una gran noticia. Mientras tanto, me paseo de puntillas por este domingo de lluvia sin tregua, caminando sobre algodones, desde donde sé que no alcanzan a llegar los sinsabores.
Llueve desde anoche y no se me ocurre a qué puedo dedicar el fin de semana. Cuando llueve, las opciones se limitan espacialmente: cine, centro comercial o sofá. Libro y ordenador. BlackBerry. Gato. Y poco más. Así que me dispongo a pasar un sábado tranquilo, que no por ello dejará de ser bueno, espero.