Desde siempre me han gustado los finales abiertos en los que, aunque la
historia termine, no se sabe lo que todavía puede dar de sí en el
futuro. Nadie se imagina lo mucho que me apetece una sorpresa de esas
que te alegran el día.
Amanezco poco después de las ocho de la mañana con sensación de paz y bienestar. Sonrío y me encuentro feliz, sin motivo, sólo porque sí. Tal vez los días de mayo vayan a ser mejores que aquellas tardes de octubre. Ojalá.
No siempre sé hacer las cosas bien. En mi
defensa puedo alegar que procuro encauzarlas de la mejor manera posible.
Tal vez me equivoque, tal vez acierte. Supongo que a priori
no puede saberse si entre todas las vías que se abren ante nosotros
escogemos la más adecuada. A mí me gusta asentame en una comodidad que
no siempre es factible. Cuando ésta se rompe, procuro predecir si el
resultado puede merecer la pena. Si la respuesta es sí, sigo adelante.
Si creo que no, me detengo en seco. No me gusta arriesgar demasiado. No hago daño a nadie. Y
la verdad es que por ahora me va bastante bien así.
En general y, una vez eliminados los tropiezos, podría decirse que guardo muy buenos recuerdos de muchas situaciones vividas en los últimos años. Por eso me resulta relativamente sencillo tener esperanza en el futuro. Si cosas maravillosas ya sucedieron una vez, ¿por qué no podrían repetirse?
Siempre lo diré, a mí es muy fácil hacerme feliz. Todo me emociona, todo me ilusiona, todo me despierta las ganas. No importa lo pequeño que sea el detalle, el guiño, la mención. Me sacará una sonrisa, seguro.