A mí que no me cuenten historias. El otoño es la estación del amor se mire por donde se mire. Tiene que ser así, con los días más cortos, las noches más largas, aire fresco, hojas secas y calles semi vacías. Tiene que ser así, porque yo en otoño me vuelvo mucho más tontorrona de lo habitual e incluso me apetece perder un poco la cabeza y, de paso, los papeles. Tiene que ser así, aunque al último amor de mi vida lo conociera a principios de febrero, ni siquiera de este año, sino de hace dos, cuando del otoño no quedaba ni el recuerdo. Aunque un inesperado remolino me envolviera recién estrenado junio, cuando ni siquiera pensaba en nada nuevo. Porque aún guardo miradas sin estrenar, detrás del cristal, como ahora mismo.