Hace un rato, a eso de las seis y media de la tarde, había acabado de estudiar y estaba en la cama con la persiana medio bajada y la luz apagada, con mi gato y la manta. Detrás de los cristales sonaba la lluvia, cual película romántica de antaño. Y estaba tan tranquila y relajada que parecía increíble que ahí fuera el mundo siguiese a su ritmo habitual.
No me digan que en días como hoy, en los que hace frío y el tiempo comienza a ser desapacible, no apetece un abrazo...
Hoy me paró por la calle un encuestador para preguntarme sobre mis hábitos sexuales y métodos anticonceptivos favoritos. Mi respuesta: "¿Tienes la opción de 'no sabe/no contesta'? Pues marca esa". Y me alejé cual digna damisela.
De febrero a agosto pasé seis meses muy bonitos, pero a la vez muy estresantes. Desde entonces permanezco en stand by, a la espera de lo que pueda suceder, sin saber muy bien qué será lo próximo o dónde estará lo nuevo que vendrá. Me gustaría pasar el otoño y el invierno de forma tranquila, pero no carente de emoción. ¿Existe algo suave e intenso a la vez? Pues algo así.
Hay ideas, sentimientos y emociones que sólo cobran vida los domingos, tal vez porque se encierra uno en su mundo y deja que las fantasías tomen la forma que les plazca, sin restricciones ni sentido común que imponga cordura.
Cómo se nota ya octubre, el otoño y el fresco. No sé a qué hora reuniré la fuerza de voluntad suficiente para salir de la cama. Y encima es domingo, mi día favorito de la semana, día para leer, pensar y no hacer nada más.
Ayer había quedado para ir al cine y tuve que rechazar la oferta porque me quedaba dormida en el sofá. Los viernes cada vez son menos productivos. ¿Lo bueno de todo esto? Nada más decirle a mi gato que no iba a salir, empezó a ronronear y ya no dejó de hacerlo hasta que lo fui a acostar.
Lleva todo el día lloviendo con ganas. Y parece que el tiempo no ha pasado, que el verano nunca existió y estamos otra vez en febrero, marzo, o abril. Pero es mentira y cada vez se hace más necesario abrir los ojos ante la realidad presente. Nada es mejor o peor, sólo distinto, y cada etapa tiene su lado positivo, pero hay que saber dar con él y exprimirlo. Suena a tópico y sin embargo es cierto.
Queda oficialmente inaugurado el otoño. Esta mañana pasé frío por primera vez y ese es el mejor indicativo de su llegada. ¿Lo malo de todo esto? Que a mí el otoño me pone muy tonta, pero mucho, y a veces no sé muy bien cómo dar salida a tales dosis de cursilería. Pueden echar a correr, quedan avisados.
Debo reconocer que ayer estaba melancólica, tal vez porque echaba de menos las cosas que ahora ya no están, o quizás por la necesidad de avanzar en el camino soltando lastre. El caso es que me dio por sentirme sola, pero con la cordura suficiente para alejarme del ordenador y el móvil con el propósito de no caer en la tentación de escribir o establecer comunicación de la que después posiblemente me arrepentiría. Lo mejor que pude hacer fue meterme en la cama y dormir. Mano de santo.
A veces una palabra a tiempo vale mucho, muchísimo, más de lo que puedas llegar a imaginar. Te lo digo yo, que de eso entiendo.
Hay que quemar etapas para abrir nuevos horizontes. Hace un año estaba muy estancada, dando vueltas alrededor de un objetivo inviable que ni se materializaba ni se esfumaba. Ahora no sé muy bien hacia dónde voy, pero al menos he cambiado de posición, estoy a gusto con mi vida y sé lo que busco. Supongo que estoy avanzando en la dirección correcta.
Me encanta pasar una tarde entera de compras con mi madre, dando vueltas de tienda en tienda, buscando trapitos y revolviendo complementos. Es gracioso porque la pija de la familia soy yo, mi madre es muy hippy y sin embargo siempre acierta con mis gustos. Formamos un buen equipo.
Lo que en su día significó mucho, puede quedar en la actualidad reducido a muy poco. Cada acto tiene consecuencias, todo lo que hacemos bien, todo lo que hacemos mal, nada queda en el limbo, sino que se materializa y nos va encauzando por un camino u otro. Asusta pensar en todos los factores que intervienen a la hora de malograr unos planes o llevarlos a buen fin. Pero seguimos aquí y siempre queda la esperanza. Soy tan diferente a lo que fui que todo puede suceder.
Últimamente me he dado cuenta de lo mucho que me gusta que estén pendientes de mí. Y sé que no es estrictamente necesario estar saliendo con alguien o verse todos los días para sentirse acompañado, aún en la distancia. Se pueden pasar las horas con alguien que no está presente físicamente y eso, se mire por donde se mire, es bueno. A mí no me gusta la sensación de echar de menos. No me gusta el olvido, ni las distancias insalvables. Por eso incluso podría decirse que esto, es mejor que nada.
Hoy toca tarde de relax. Y como hace calor y me apetece desconectar de todo, voy a buscar un rincón donde estar rodeada de naturaleza en plena ciudad, con árboles y pajaritos cantando. No me dirán que la estampa no es absolutamente perfecta para un martes en el que no hay nada mejor que hacer...
Atontamiento máximo después de haber dormido tan solo cuatro horas. Son las consecuencias de la vida moderna en general y del whatsapp en particular. No sé si es bueno o malo, pero sirve para ahuyentar la soledad. Supongo que algo parecido sucede con los blogs y las redes sociales. Ya no se sabe si cubren un vacío o si directamente forman parte de la vida diaria, como el café a media mañana o la manta en el sofá.
Amanece el lunes a una hora temprana mientras yo continúo de vacaciones. A veces me parece que, desde la cama, los problemas son menores. Es como un reducto capaz de escaparse a la vida diaria. Es bueno tener un rincón donde los influjos exteriores no nos alcancen. El mío es éste.
Estamos en octubre, pero luce el sol como en pleno agosto. Y yo, aunque no me gusta pasar calor, salgo a la calle y doy paseos como si no tuviera nada mejor que hacer. Sólo caminar tranquilamente, sin pensar en nada, a veces acompañada, otras no, lo mismo da. Y se está tan bien...
No se trata de pensar mal para acertar. Es algo distinto. Entre todas las opciones que pueden existir, la más normal, la más viable, es la que se llevará la palma. No hace falta dar mil vueltas a un asunto para llegar al fondo. Las cosas suelen ser lo que parecen.
Nunca entenderé a la gente que va de viaje y sale en las fotos con vaqueros pordioseros y camisetas de propaganda. Es algo que escapa a mi entendiemiento. Acaba de pasarme una amiga todo un reportaje de su viaje a EEUU, ella muy mona, pero su novio como un andrajoso. No es mi intención ser cruel, pero a veces se hace necesario estar a la altura de las circunstancias. Con los vestidos maravillosos que yo llevaré cuando me disponga a la conquista de Nueva York... Mientras tanto, no se preocupen, pueden llamarme pija.
